Catulo amigo mío,
por fin Cornelio logró sentarse a la mesa.
El hombre es el vivo retraro de las víboras,
penetra hasta por las rendijas de cualquier recinto.
Ya no es visto de soslayo,
ya no avientan puertas a la cínica calvicie
que anuda la sonrisa en la nariz.
Todas las mañanas los buscadores de dones
le roban la dicha del último sueño.
Al verse en ricos tapices, al saberse
dueño del vino y de la libertad de la gente,
enloquece y levanta la estatua
en el jardín de la casa, se ufana de ser
la lengua que limpia mejor los intestinos del César.
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