jueves, 5 de julio de 2012

NOCTURNO DE LAS MICCIONES NOCTURNAS

Nunca o casi nunca me desperté con las sábanas remojadas. El charco de orines en la oscurana.
Ni mi cuna ni mi cama de barandas exhalaron el amoníaco empozado de las habitaciones infantiles.
De joven iba al baño, antes de echarme sobre el colchón, sobre el piso de mi departamento solitario en la inmensa ciudad solitaria y dormía hasta de día y sin querer.
Ahora que duermo acompañado de la mujer medio duermo y cuando duermo íngrimo, no duermo. Me despierto tres o cuatro veces urgido por mear y orino vigorosamente un chorro recio, espumoso, nervioso y en el silencio de la noche o de la madrugada me oigo como grifo mal cerrado en el descuido diario, que pasa abierto toda la noche y al amanecer toda la casa está anegada.
El universo me provoca una incontenible necesidad de orinar y las ganas no me dejan dormir y si duermo los males y los malos me suben por el sueño, se confabulan, me espían, giran, dan vueltas, se agazapan en una esquina y están de vuelta. La paso tenso como una cuerda topada.
Una de las señales inequívocas de la vejez son las frecuentes micciones nocturnas. Ya estoy viejo un viejo que ante el día animal, amenazante, se levanta temprano sólo para orinar

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