lunes, 9 de julio de 2012

Diurno y Nocturno para el abuelo difunto

Cuando acabó de morir mi abuelo
murieron tantas cosas y otros quedamos
agonizando:
se dejó de pronunciar con todo el deje del exilado
en su propia tierra
un paisaje
los nombres de Terrabona,
San José de las Papayas, Las Palomas...
Cuando se desorbitaron sus ojos ciegos de luz
y se le chorrearon dos lágrimas hacia las orejas,
acaso estaba
divisando a
sus padre.
Cuando el pulgar se desgobernó,
No hubo más vaivén de vals ni brinco de fox trot.
Cuando ya no hubo pulsación
Se reventaron las cuerdas del violín de tío Pablo...
Pasaron raudos los mostachos del General Zelaya,
El cadáver de Benjamín Zeledón arrastrado por un yankee
a caballo...
Cuando cesó aquel hervor, aquella flema entre pecho
y garganta
también expiró Juan Margarito,
su hermano adolescente y seminarista
víctima de tisis
quedando tendido como una azucena viril
Se borraron las caras de sus primas Masis,
Que habían sido más bellas que un cromo
Cuando la nariz y el mentón se perfilaron, el perfil
Se llevó en el alma a Don Laureano, Dionisio,
Silverio,
Napoleón, Carmela, María Elia...Todos sus
hermanos...
Cuando se estiró, cuando alargó los fémures bien largo,
Las llamaradas del incendio de Masaya
después del bombardeo
Empezaron a descender hasta las chispas y
crepitaciones...
Cuando se durmió,
despertó el nieto —preso del encanto—
recitando los versos de Darío con que lo dormía:
recitando princesas, hadas, describiendo caballos
con alas,
bufones escarlatas,
buscando barbas de armiño...
Cuando dobló la cabeza a la diestra
no repicaron jamás las campanas fragantes al
primer incienso
y mezcladas con armonio y cánticos.
Cuando acabaron de amortajarlo
Mi madre y las tías no sabían
Qué hacer con las llaves de su cofre, del ropero
Y rápidas, como quien se quita
una brasa,
Decidieron que se las llevara en el pantalón
El manojo metálico se fue con él de este infierno al
purgatorio o
al cielo...
Cerrando para siempre, condenando las gavetas,
las puertas y ventanas,
La casa del mundo;
todas las abiertas maravillas que era el abuelo.



2.

Peor que la hora de morir
u otra hora de morir
fue
la hora de hacer viaje al panteón. 4 pm.
Era como echarlo de su propia casa,
como irlo a tirar, a botar al basurero,
haciéndonos los llorosos y los serios
vestidos de luto, trajes y corbatas,
cuando esta casa
de la calle La Libertad
es su casa,
su sillón, su mesa y su tablero,
su mujer, mi abuela —una libanesa grande y recta—,
su mujer
de toda la vida y ahora de toda la muerte,
más larga al parecer que la propia existencia
o como otra prolongación de la existencia...
Sus hijos e hijas, todos los suyos.
Lo que soy yo no acepto dejarlo aquí, abuelo.
Imposible que lo abandone
en este lote del cementerio;
aunque tenga compadres y amigos muy cerca:
Hacia Catarina vive don Pedro López,
Desde aquí se divisan restregándose
contra el crepúsculo sus cocoteros.
Lo mejor que podemos hacer
es regresar a la casa, abuelo.
Están borrachos los sepultureros.
(Tras la mantilla está muy pálida la abuela...)
Ya está oscureciendo:
Paremos un taxi,
que los coches de caballos no suben hasta aquí.
Si me voy solo me puedo caer
y raspar las rodillas por las rampas
Nos pueden seguir y ladrar los perros...
me puedo perder, abuelo.
Acuérdese cuando
Regresábamos en las últimas tardes de octubre
después de ordenar la limpieza y pintura de los deudos.
Juguemos que voy a negar o ignorar que está muerto
me declaro y abro su hoyo: soy como su tumba
ambulante.
En mí lo llevo, en mí lo salvo, abuelo.
Vamonos andando, abuelo.



3.

El mudito aquel, enano y viejo
con su antigua gorra de pelotero
pala al hombro
y sondaleza en mano
(como todas las tardes en el pueblo)
presidió también su entierro.
Yo lo vi subir la primera,
la segunda y la última rampa de piedras
con su caminado de Charles Chaplin.
Todo chapín. Chapinecos
sus caites, sus pies de lodo seco,
más que pies son como patas,
cascos de algún animalito
practicante de la misericordia.
Este mudo es una brújula que me deja norteado.
Cuándo podré desorientarme.
Hacia donde tire daré en el blanco:
Me dice que esta es mi Fosa
O si quiero nuestra Cuna Común sin remedio.



4.

La noche del segundo día de su funeral
llovió inesperadamente
Sobre la noche de Masaya.
Ya se habían apagado las lámparas de la sala.
Las bujías del corredor.
A oscuras los aposentos.
Empezaron a caer unas cuantas gotas gruesas, primero.
Después, el aguacero
violento.
Yo dejé la cama de mi infancia.
Y me tiré al patio para que no se remojara solo.
Era su primer agua allá
bajo de la
tierra.
Era su primer agua
entre los
muertos.
Y lo sentí tan desvalido, tan niño,
tan nieto mío con sus 82 años acurrucado y despierto, (que
le escuché diciéndome;
—Abuelo, me cruzo a tu cama, tengo miedo...
Ahora era yo tu abuelo y tenía que ver cómo te libraba
de tu primer agua en la tierra, de tu primer lluvia entre
los muertos.
Yo sé que de nada sirve contarle
esto, que no consigo nada.
Pero le cuento
no estuvo solo en su primer agua en la tierra,
en su primer agua
entre los
muertos.



5.

Hay cosas que no le he preguntado ni le he dicho
y sería bueno hablar o responder, por ejemplo:
—Qué pasó con su corazón, don Pancho Castillo
Masis ?
Estábamos claros que padecía del Mal de Parkinson,
Y todas las complicaciones motoras y de arteriosclerosis
que esto traía además de los 82 años encima
—Pero qué pudo pasar con su corazón, padre?
Si era lo único que en medio de aquel desastre
Estaba bueno y activo
Porqué en una siesta de tantas cesó
de
latir
Cuando Vd bien sabía que esa recia circulación de su
sangre
Y el sístole y el diástole
Era una forma de llamar a las puertas y que se abriera
el mundo.
—Qué pasó con su corazón, si Vd me había porfiado
que nunca le iba a fallar, que nadie puede contra tanto
amor
Y aquí ahora, aquel verso de Vallejo no es más que un
verso
cualquiera:
Tanto amor y no poder
nada...
Porqué me obligó a echarte la palada
de aquella tierra húmeda recién sacada de la tierra.
Porque me demostró que allí donde linda el ser que
es el cuerpo:
El pulgar, el dedo gordo del pie
con su saliente óseo de
juanete,
Las palabras: Nada, Nunca, Se acabó, hasta aquí llegó
son más que
palabras.
Cómo me hizo eso a mí, sabiendo que soy el más flaco,
sentimental e inseguro de sus nietos
un pobre loco de anteojos, en quien nadie va a creer
nunca
Me lo hace a mí, el último en crecer de sus rótulas
Y el primero que a falta de padre
se agarró del ruedo de tus pantalones.
De nada sirvieron aquellos días feriados
yo jineteaba su pierna con mi pijama y mi bostezo
Cabalgando a los latifundios del "Trabuco",
a unas heredades infinitas e inexistentes
como un cielo verde y un campo celeste
Entonces todo era fresco y
fértil
junto a Vd,
Como la trompa de un ternero
Como ese aliento tibio y humoso de las 6 a.m. del Génesis
No tiene derecho de formar entre los muertos.
Hoy, veintitantos años después, en qué estado estará.
Sólo el frontal acaso desfondado,
Qué restos suyos me quedan, acaso su cadáver
ya ni siquiera despida el tufo
que confirme que fue humano, excesivamente humano.
Por eso le digo, en mí lo llevo, en mí lo salvo, sintiendo en carne viva Una fluida corriente de dolor
canino.

México, Masaya, Managua, 1979—2001.

No hay comentarios:

Publicar un comentario