La Josefa Vega desde la flaca altura de sus fémures,
con el tobillo seguro en el tacón de sus zapatitos de tango,
clara de piel y suave como medias de hilo,
se pasó la vida después de los 60
--cuando la viudez derramó sobre sus hombros el rebozo negro--
enseñando los novenarios de nuestros finados,
de todos los infieles difuntos de mi pueblo.
Sus padrenuestros y réquiem
se interceptaban por rápidas flemas y toses débiles,
mientras los nardos del catafalco
difundían en repelos olor a muerto y miedo
Gracias a sus letanías,
a la resistencia de su ruega por ellas
Casa de oro,
Arca de la Alianza,
ruega por ellas,
Puerta del Cielo,
ruega por ellas,
Estrella de la mañana,
ruega por ellas,
Salud de los enfermos,
ruega por ellas,
Refugio de los pecadores,
ruega por ellas,
Consoladora de los afligidos,
ruega por ellas,
Auxilio de los cristianos,
ruega por ellas,
vimos salir ánimas en pena que iban a descansar.
Las vimos agarrarse del escapulario de la Virgen del Carmen
que desciende al Purgatorio los sábados;
y algunas hasta librarse quizá del aceite hirviendo,
de las parrilas y brasas del Infierno.
Aunque palpó el agradecimiento de los deudos
en yardas de tela para su higiene almidonada;
en brazos respetuoso que la llevaban a su casa,
o en tazas de ponche: huevos batidos, aguardiente y leche de insomnio.
Quién rezó por ti, Chepita Vega,
quién bajó por ti toda la corte del Cielo,
quién meció como una cuna senecta tu silla de junco
para que en el otro barrio
reposaras tranquila tus canas de albahaca y jazmín en la peineta.
Qué sino esta lámpara de gas y este vaso de agua
que en una esquina de la memoria no se agotan
garantizan que brilla para ti la luz eterna.
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